Atmósferas

Atmósferas ciudadanas: grafiti, arte público, nichos estéticos

Autor: Armando SILVA

Ciudad: Quito

Editorial: Quipus, CIESPAL

Año: 2014

Páginas: 300

ISBN: 978-9978-55-117-2

 

 

 

Atmósferas ciudadanas: grafiti, arte público, nichos estéticos

“Ahora son miles los grafitis que flotan en la frágil memoria de las ciudades profanadas por el aerosol, hay nuevos héroes que dibujan malabares en las esquinas…”
Alex Ron
Quito: una ciudad de grafitis (2007)

Determinar que el grafiti es arte y que por ende esconde diferentes matices estéticos y visiones exponenciales, es una percepción general y bastante común, sin embargo, Armando Silva, en su texto nos plantea una forma diferente de mirar, recorrer, apreciar y entender el grafiti. Para él, es una construcción simbólica, que demarca cierta territorialidad, sentir y, sobre todo, una coyuntura específica del momento social.

Un trabajo de más de 20 años que vuelve a reconstruirse, replantearse y abona nuevas perspectivas de las representaciones sociales construidas y elaboradas a través de los grafitis, esta visión ayuda a entender, discutir y reflexionar tanto sobre el “individuo”, el ciudadano, el arte, los imaginarios, la sociedad en su conjunto y el sistema cultural, social, político y económico en el que habitan todas estas experiencias.

Armando Silva hace un recorrido reflexivo y pragmático de la evolución del grafiti, el mismo que está supeditado al desarrollo social; en cada década hay una especificidad y por ende un rasgo característico que devela la acción de los individuos, este trajinar también se demuestra en el texto, que se divide en tres partes: en la primera se centra en el proceso de construcción del grafiti como una expresión política que confronta y cuestiona las estructuras del poder y el sistema establecido; también analiza el paso de una expresión social callejera que se inmiscuye, a la vez que es insertada, en la esfera del arte, de ahí que en la segunda parte del libro el autor plasma esa imbricación que se va generando entre las esferas del arte y la del grafiti, y cómo este último va “mutando”, lo que puede verse en el surgimiento de nuevos estilos de expresión en los que se mezclan colores, formas grandilocuentes que llaman la atención y atrapan al ciudadano pero que ya no son, necesariamente, políticas.

Este proceso de “transformación”, tránsito o vaivén se mantiene en la actualidad, tanto es así que el autor logra identificar, en la tercera parte del libro, que estas nuevas formas exponenciales urbanas generan “nichos estéticos” donde se materializan las ideas sin perder su esencia primigenia: la visibilidad y la expresión simbólica.

Por lo general se considera que todos los colores, letras, rostros y dibujos expuestos en las paredes de una ciudad son grafitis, y en cierto sentido esto es válido, pero de seguro para las personas inmersas en este mundo urbano, imaginario, al “aire libre”, no todo es grafiti. El texto avanza en una comprensión de esos modos de percibirse. Igualmente Silva intenta otorgar una conceptualización a partir de tres categorías o géneros que se convierten en una especie de red que permite entrelazar diferentes visiones y acciones del mundo del grafiti, a saber: Grafiti, arte público y nichos estéticos.

En ese recorrido, el debate de lo público y lo urbano, del grafiti y del arte, se entrelazan en la medida en que intenta encontrar puntos de convergencia, convivencia y fluidez. No se genera una jerarquización y tampoco una exclusión, lo que se evidencia en una forma de interacción en la cual el ciudadano es el observador y a la vez el decodificador del mensaje, independientemente del lugar de enunciación y de la “gestalt” del mismo.

El autor intenta entender los grafitis, en tanto producciones simbólicas, estéticas e irreverentes, más allá de lo común, esto implica cierta complejidad porque las estructuras no siempre son las mismas, sin embargo, hay patrones que permiten identificar la naturaleza, la importancia y, sobre todo, la connotación del mensaje que está “oculto”. De ahí que Armando Silva se atreve a generar una matriz, con valencias e imperativos, que le sirven como un medidor y decodificador de los diferentes grafitis que toma como referencia para su estudio.

Es difícil ocultar evidencias notorias e importantes en el mundo y, a veces, es mejor utilizar esos ejemplos para develar la realidad circundante, así lo hace Silva al tomar como hitos que permiten mostrar la magnitud de los movimientos urbanos, sociales y políticos juveniles de los años 60. Saltarse esa parte de la historia podría ser garrafal a la vez que aberrante, sin embargo, no sólo esos movimientos masivamente visibles abonan a las ejemplificaciones, de seguro hay miles de sucesos que fueron parte de estos grandes hechos. De ahí que el grafiti ha servido como mecanismo o instrumento de contra información que permitía ironizar y cuestionar el poder. De cierta forma interactúa en el conflicto (social, político, económico o cultural), y esta inserción le convierte en mediador simbólico, lo que le otorga cierto espacio en el debate público.

¿En qué medida nos sirve conocer la evolución e involución o transformación de una palabra o de un concepto? ¿Qué aporta al entendimiento social la reconstrucción genealógica de un término? Bastante se ha enunciado sobre el grafiti, que ha sido considerado, en la antigüedad, como un grabado y, que en la actualidad, es conocido como expresión social en los muros de las ciudades.

El mundo comunicativo del grafiti irrumpe tanto en el lugar como en el mensaje y sobre esto Silva propone una categorización de ciertos elementos para identificar o mapear la naturaleza y el peso de los grafitis. Sin embargo ¿Hasta qué punto tratar de explicarlo y entenderlo todo es útil en la contemporaneidad? ¿Estamos cayendo en la paranoia de intentar comprenderlo todo? ¿Es necesario desentrañar el significado y el significante de los grafitis? Seguramente las respuestas serán diversas, no obstante el valor agregado que este recorrido y sistematización abonan al entendimiento de las “atmósferas ciudadanas” que se van creando en cada rincón del mundo, reside no es su pretensión de totalidad, sino en la posibilidad de comprender distintos modos de habitar la ciudad desde inscripciones que configuran atmósferas del ejercicio ciudadano.

Según Jean Baudrillard “los grafitis son tatuajes de la ciudad que forman parte de una escenografía mutante”, la misma que es “decorada”, pintada por individuos o grupos sociales o políticos que intentan dejar sus marcas de sentido y recrear el imaginario colectivo para llamar la atención, provocar a la sociedad y buscar un cambio de actitud.

La evolución semántica del grafiti tiene su propia lógica, esa que se conjuga, robustece y se mantiene en el imaginario social. Todos esos ejercicios semánticos que están conjugados con códigos culturales que materializan la mecánica delirante de los “artistas”, estos individuos o grupo de individuos que quieren comunicar o mostrar a la sociedad sus pensamientos, sátiras y críticas fueron “mutando”, transformando, “perfeccionando” su estilo conforme la sociedad avanzaba.

La sensibilidad social aumenta a medida que las expresiones de los individuos o colectivos se proyectan o visibilizan con frecuencia ya sea a través de los medios de comunicación, las redes sociales o en el mismo espacio público que “irrumpe” la cotidianidad urbana. Este es justamente el centro de la propuesta de Silva, pues en su perspectiva el ejercicio ciudadano procede principalmente de la afectación estética, del conjunto de sensibilidades que se movilizan cuando una estética es puesta en marcha en la ciudad, a través de ella urbanizamos las ciudades, entendiendo la urbanización como una práctica de ciudadanos que imaginan la ciudad, que crean artefactos que la representan, que hacen inscripciones en archivos ciudadanos como los muros llenos de grafitis, que son a la vez escritura e interpretación.

A partir del Siglo XXI el grafiti es desplazado por nuevos modelos o paradigmas que anulan por completo la palabra, ese instrumento comunicativo esencial del grafiti en sus inicios, y sin embargo su evolución va permeando sus “valencias” e “imperativos”, irrumpen nuevos instrumentos, mecanismos de creación y difusión que los visibilizan masivamente.
Vivimos en un mundo globalizado donde el avance vertiginoso de la sociedad también irrumpe en este espacio, ahora no sólo las paredes sirven como espacios de acciones de representación de “microterritorialidades”. De alguna forma rompen con lo que Silva denomina la valencia de “marginalidad”.

El grafiti por naturaleza es transgresor de un orden establecido, el mismo hecho de “ensuciar” un lugar público provoca, muchas veces, rechazo social. La manía “grafitográfica” demuestra que hay una necesidad de expresión individual o colectiva que busca una salida para lograr enunciar lo que se siente, quiere o espera de una situación o coyuntura específica. Ese accionar contra un orden establecido tiene varias finalidades, entre las cuales podemos destacar las siguientes: llamar la atención de la sociedad para generar una reflexión o discusión sobre lo expuesto, pues el objetivo no es destruir lo criticado sino más bien posicionar en el debate público la temática, por lo que no es extraño o paradójico que este sea un ejercicio de “democracia participativa”.
Es bastante pretencioso pensar que el grafiti logre una acción mancomunada sobre un tema específico, no obstante, se atreve e intenta remozar la conciencia ciudadana, que genere una acción colectiva, que evidencie y luche por la participación de la que es relegada o marginada.

Si bien Silva plantea la posibilidad de que la construcción de imaginarios a través de imágenes o símbolos esté ligada a satisfacer necesidades políticas o mercantiles, también habría que decir que este mecanismo logra generar en el ciudadano una especie de pertenencia y conflicto con lo referido en las paredes o, en los últimos tiempos, en las redes sociales. Por eso el grafiti es principalmente una expresión de cercanía, aunque utilice símbolos globales, porque la discusión no es entre lo local y lo global, sino acerca de la producción de lo público.

Edison PÉREZ